Muchas veces el proyecto de educación sexual se lleva a cabo en las escuelas, no por el deseo del docente, sino por cumplir un tópico establecido en el PEI. Se toma la sexualidad como el tema “sagrado” que sólo ha de ser iniciado y dirigido por un adulto que es tomado como referente de autoridad y omnipotencia sobre este tema. Se tiene un desconocimiento del sentir del niñ@ y el adolescente, o mas bien se ignoran para evitar la incomodidad que surge de tener que interrogarse sobre la sexualidad de los educandos y por ende sobre la propia.
Freud, define la sexualidad infantil como “largo tiempo antes de la pubertad el niño es un ser completo en el orden del amor, exceptuada la actitud para la reproducción”. No quiere decir que no sean curiosos sobre asuntos como el origen, modo de nacimiento y la diferencia entre el niño y la niña, antes bien, sus preguntas son constantes y su curiosidad abrumadora.
Para Lacan, la sexualidad es el modo como el sujeto viviente es apresado en las redes del significante. Juan Guillermo Uribe en el libro ¿Educación Sexual? Un Análisis del Proyecto Gubernamental de Educación Sexual expone que hablar de la sexualidad implica un modo particular en el discurso, que “el discurso es una red de palabras mediante las cuales tratamos de aprehender lo real. Todo discurso revela un deseo y a su vez porta un objeto de ese deseo. En todo discurso está en juego un poder y como tal conlleva en sí mismo formas de censura, exclusión, dominación y una voluntad de saber” y que desde Freud es una contradicción, pues el yo no quiere saber; y desde Lacan “pasión de la ignorancia”. Entonces el discurso en su intento de cubrir la realidad sexual y pulsional cae a la represión.
La represión es la medida que ha tomado la educación para coartar los fines de la pulsión, pues como dice Freud, a la pulsión no se le puede educar. Es por esto que para el maestro de educación sexual es inevitable utilizar las expresiones “no puedes” “no te es permitido” “qué pena” “no es aprobado”, aludiendo con estas expresiones al proceso de culturización, donde el sujeto tiene que renunciar al goce autoeròtico, trayendo como consecuencia una concepción prejuiciada de la sexualidad.
Creo que es en el párrafo anterior donde radica la preocupación del ejercicio del educador sexual y no sólo del maestro a quien es delegada esta función, sino a todos los educadores, pues los interrogantes sobre la sexualidad y esta misma están presentes en los sujetos como algo innato a su ser que no puede ser ignorado. La pulsión entonces, no es un juego de compuestos al que se le pueda dar forma y diseñar para fines específicos en la generalidad como lo insinúa El Proyecto Nacional de Educación Sexual; que en consecuencia a sus pronunciamientos, demanda que todo maestro debe estar preparado para ofrecer la educación sexual.
La utopía de la educación sexual en las instituciones pretende uniformar a los sujetos en sus acciones e inscribirlos en una cronología sexual, esperando que los estudiantes respondan de la misma manera ante la sexualidad. Pero esta quimera es derribada cuando los maestros se encuentran con la diferencia y diversidad de sujetos en sus aulas. Escribir un pensum académico es muy diferente a llevarlo a cabo, y aun más cuando se trata de sexualidad. Las demás áreas del currículo pueden estar consideradas para impartir un saber en específico, pero la educación sexual no está dentro de este conjunto; no tiene la condición de materia porque no hay manera de evaluarla tangencialmente, y tampoco se da en términos de información, puesto que la sexualidad no es algo que se da, sino que es algo con lo que el ser humano nace y se encuentra en condición de ella.
La educación nunca logrará dominar la pulsión, pues esta siempre insistirá en ser satisfecha y permanecerá en un deseo que a su vez jamás será satisfecho. Por esto es que no se haya sentido en que se proponga que todo maestro debe estar preparado para dar educación sexual, cuando él mismo posee un cuerpo sexuado y está sujeto a pulsiones. Donde es inevitable que su subjetividad emerja en la enseñanza y diálogo con sus alumnos.
El maestro de sexualidad tiene que asumirse como un sujeto de pulsiones, pero también como un sujeto de la cultura. En lugar de obedecer a un ideal de perfección, debe tomar la responsabilidad de su propia sexualidad. Antes que enseñar a sus educandos debe él mismo tener el compromiso de buscar remedio a sus inhibiciones, prejuicios y desarreglos sexuales.
Este maestro (y por qué no todos los maestros de las diferentes áreas), debe estar preparado siempre para una pregunta y en lo posible no negarse a responderla. En su preparación no limitarse a los libros ni a unos lineamientos, sino también y primordialmente ocuparse de su propia sexualidad, no pretendiendo “moldear la sexualidad de sus educandos a partir de sus propios prejuicios morales o a partir de su perversión” (libro ¿Educación Sexual?)
Crear o llevar a cabo un proyecto de educación sexual siempre llevará la impronta de la propia condición sexual de quien lo ejecuta, pero está en las manos de este sujeto asumir su responsabilidad frente a él mismo y frente a sus alumnos, no desperdiciando esos espacios de diálogo, sino aprovechándolos con el objetivo de que sus estudiantes se interroguen y reflexionen sobre su sexualidad, no dirigiéndose solo a ellos como oyentes sino también a él mismo en la condición de seres en falta para la construcción de la propia sexualidad
1 comentario:
Diana Cristina
Al visitar el blog conocí otros temas que te interesan, me parece importantísimo que te ocupes en reflexionar sobre este reto de la formación sexual de los niños y las niñas y cómo debempos particpar los adultos que los vamos acompañando en este proceso de conocimiento. ánimo para continuar ampliando este blog
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